La falta de planificación y mucha desidia fueron los elementos que se destacaron en el primer día de clases correspondiente a 2013 en Panamá. Unos 800 mil estudiantes marcharon a sus escuelas para descubrir que muchas de ellas no estaban en condiciones para recibirlos. Además, el sistema de transporte público no había preparado el mecanismo para expedirle a los niños del país las tarjetas para hacer uso de los buses. Para rematar, en tempranas horas de la tarde, un apagón eléctrico dejo sin luz y energía a la totalidad del país.
A pesar de los discursos anunciando reformas radicales del sistema de educación panameño de los últimos gobiernos, especialmente el actual, se inició el año dando pruebas de su colapso. Los últimos gobiernos han tenido tres objetivos, no necesariamente coherentes, en mente cuando hablan de la educación. El primero se refiere a lo que llaman reforma curricular. El segundo, habla de la excelencia educativa. El tercero, hace énfasis en la educación como negocio.
Quizás este ultimo es el más coherente, pero sólo atañe a un pequeño sector de la población panameña. Los inversionistas ven en la educación un mercado que puede generar ganancias. Hace pocos años, tanto el Estado como la Iglesia tenían el monopolio de la educación. Estas instituciones no veían la educación como una inversión para hacer negocios, sino como un medio para formar personas que podían contribuir a organizar a la población trabajadora y hacerla más productiva. Era lo que se llama un “servicio público”.
La reforma curricular también tiene como propósito redefinir – pero en forma poco coherente – los contenidos que debe recibir el educando. En el pasado el niño debía recibir nociones acerca del mundo en que vivía y como responder a las demandas que se le iba a realizar. Una educación monótona y de memoria, pero funcional para la formación del hombre/mujer modernos.
La educación posmoderna, enfatiza la eficacia, la disciplina y la obediencia, que asegura ser productivo. En el mundo actual se pide del trabajador muchas cosas a la vez y en tiempos muy variados. Es el nuevo trabajador informal o precario.
El tercer elemento es la “excelencia educativa”. Este concepto se refiere, sobre todo, al educador. Su tarea es producir ese futuro trabajador preparado para asumir cualquier oficio o responsabilidad y cumplir con horarios que no son fijos (“just in time”).
En el siglo XIX cuando Occidente introdujo el concepto de educación universal se pensaba en un mercado creciente cuya demanda de trabajadores no tenía límite. Con la generalización de la máquina y las nociones de dominio sobre la naturaleza, los sectores dominantes entendieron que toda la población tenía que ser alfabeta, tenía que manejar conceptos racionales y, sobre todo, tenía que sentirse parte del nuevo escenario que él mismo estaba construyendo.
En el siglo XXI, el sistema de educación moderno – universal - se encuentra en una crisis profunda. En buenas cuentas ha colapsado. Panamá no es el único caso. Ha llegado a su límite en gran parte del mundo en la medida en que no se sabe para qué se está educando. Por un lado, el sujeto – el educando – en la actualidad, no tiene identidad. En su momento, el adolescente se educaba para que fuera un buen trabajador, un ciudadano leal (partidario del proyecto nacional) y, en casos excepcionales, un reproductor – incluso líder – del sistema social.
Con la crisis de fines del siglo XX - “el fin de la historia” de Fukuyama y el “fin del trabajo” de Rifkin - se postuló una educación sin objetivos. Incluso, el sentido clasista de la educación entró en una fase de cuestionamiento. ¿Qué clases sociales deben ser objeto de educación? Con el “fin de la historia” se puso fin a la lucha de clases. A su vez, con el “fin del trabajo” desapareció (en las nociones de los neoliberales) la clase obrera.
Las reformas curriculares, supuestamente posmodernas, que se quieren imponer en Panamá (por dirigentes que defienden ideologías tradicionales), responden a esas nociones colapsadas de un pasado reciente. Parten de supuestos que no tienen validez empírica y menos teórica, por lo tanto no pueden despegar. El hecho que no se puede “reformar” el currículo no es una falla de los técnicos. No puede cambiarse porque el sistema ha colapsado. Igualmente, un elevado número de los 3800 establecimientos educativos del país no reciben mantenimiento no por falta de buenos ingenieros y administrativos. Es porque el sistema ha colapsado, no sirve.
Todos los años el país se enfrenta a este mismo problema y la clase gobernante lo soslaya. Le echa la culpa a los estudiantes, a los educadores e, incluso, a los administrativos, incluyendo a ministros. Este es el momento de hacer a un lado las recomendaciones mixtas de los expertos posmodernos y de los especialistas tradicionales, para comenzar a construir un sistema totalmente nuevo y diferente. La educación tiene que definir su objeto, el resultado final del proceso: El ciudadano panameño, formado integralmente, al servicio de un proyecto nacional. No tiene sentido hablar de reformas, hay que crear un sistema nuevo al mismo tiempo que se destruye el viejo.
28 de febrero de 2013.