jueves, 28 de febrero de 2013

El sistema educativo ha colapsado

La falta de planificación y mucha desidia fueron los elementos que se destacaron en el primer día de clases correspondiente a 2013 en Panamá. Unos 800 mil estudiantes marcharon a sus escuelas para descubrir que muchas de ellas no estaban en condiciones para recibirlos. Además, el sistema de transporte público no había preparado el mecanismo para expedirle a los niños del país las tarjetas para hacer uso de los buses. Para rematar, en tempranas horas de la tarde, un apagón eléctrico dejo sin luz y energía a la totalidad del país.
A pesar de los discursos anunciando reformas radicales del sistema de educación panameño de los últimos gobiernos, especialmente el actual, se inició el año dando pruebas de su colapso. Los últimos gobiernos han tenido tres objetivos, no necesariamente coherentes, en mente cuando hablan de la educación. El primero se refiere a lo que llaman reforma curricular. El segundo, habla de la excelencia educativa. El tercero, hace énfasis en la educación como negocio.
Quizás este ultimo es el más coherente, pero sólo atañe a un pequeño sector de la población panameña. Los inversionistas ven en la educación un mercado que puede generar ganancias. Hace pocos años, tanto el Estado como la Iglesia tenían el monopolio de la educación. Estas instituciones no veían la educación como una inversión para hacer negocios, sino como un medio para formar personas que podían contribuir a organizar a la población trabajadora y hacerla más productiva. Era lo que se llama un “servicio público”.
La reforma curricular también tiene como propósito redefinir – pero en forma poco coherente – los contenidos que debe recibir el educando. En el pasado el niño debía recibir nociones acerca del mundo en que vivía y como responder a las demandas que se le iba a realizar. Una educación monótona y de memoria, pero funcional para la formación del hombre/mujer modernos.
La educación posmoderna, enfatiza la eficacia, la disciplina y la obediencia, que asegura ser productivo. En el mundo actual se pide del trabajador muchas cosas a la vez y en tiempos muy variados. Es el nuevo trabajador informal o precario.
El tercer elemento es la “excelencia educativa”. Este concepto se refiere, sobre todo, al educador. Su tarea es producir ese futuro trabajador preparado para asumir cualquier oficio o responsabilidad y cumplir con horarios que no son fijos (“just in time”).
En el siglo XIX cuando Occidente introdujo el concepto de educación universal se pensaba en un mercado creciente cuya demanda de trabajadores no tenía límite. Con la generalización de la máquina y las nociones de dominio sobre la naturaleza, los sectores dominantes entendieron que toda la población tenía que ser alfabeta, tenía que manejar conceptos racionales y, sobre todo, tenía que sentirse parte del nuevo escenario que él mismo estaba construyendo.
En el siglo XXI, el sistema de educación moderno – universal - se encuentra en una crisis profunda. En buenas cuentas ha colapsado. Panamá no es el único caso. Ha llegado a su límite en gran parte del mundo en la medida en que no se sabe para qué se está educando. Por un lado, el sujeto – el educando – en la actualidad, no tiene identidad. En su momento, el adolescente se educaba para que fuera un buen trabajador, un ciudadano leal (partidario del proyecto nacional) y, en casos excepcionales, un reproductor – incluso líder – del sistema social.
Con la crisis de fines del siglo XX - “el fin de la historia” de Fukuyama y el “fin del trabajo” de Rifkin - se postuló una educación sin objetivos. Incluso, el sentido clasista de la educación entró en una fase de cuestionamiento. ¿Qué clases sociales deben ser objeto de educación? Con el “fin de la historia” se puso fin a la lucha de clases. A su vez, con el “fin del trabajo” desapareció (en las nociones de los neoliberales) la clase obrera.
Las reformas curriculares, supuestamente posmodernas, que se quieren imponer en Panamá (por dirigentes que defienden ideologías tradicionales), responden a esas nociones colapsadas de un pasado reciente. Parten de supuestos que no tienen validez empírica y menos teórica, por lo tanto no pueden despegar. El hecho que no se puede “reformar” el currículo no es una falla de los técnicos. No puede cambiarse porque el sistema ha colapsado. Igualmente, un elevado número de los 3800 establecimientos educativos del país no reciben mantenimiento no por falta de buenos ingenieros y administrativos. Es porque el sistema ha colapsado, no sirve.
Todos los años el país se enfrenta a este mismo problema y la clase gobernante lo soslaya. Le echa la culpa a los estudiantes, a los educadores e, incluso, a los administrativos, incluyendo a ministros. Este es el momento de hacer a un lado las recomendaciones mixtas de los expertos posmodernos y de los especialistas tradicionales, para comenzar a construir un sistema totalmente nuevo y diferente. La educación tiene que definir su objeto, el resultado final del proceso: El ciudadano panameño, formado integralmente, al servicio de un proyecto nacional. No tiene sentido hablar de reformas, hay que crear un sistema nuevo al mismo tiempo que se destruye el viejo.
28 de febrero de 2013.

miércoles, 20 de febrero de 2013

La oligarquía “sí come Soberanía”


La Unidad Administrativa de Bienes Revertidos del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) acaba de anunciar la venta de dos terrenos en la entrada sur del Canal de Panamá. Según el anuncio, los dos lotes se encuentran en el lugar conocido por el nombre de Altos de Batele, cercanos al terreno que era del Hospital de Palo Alto. La Unidad Administrativa de Bienes Revertidos es la instancia gubernamental que reemplazó a la Autoridad de la Región Interoceánica (ARI). La ARI fue encargada de acelerar el desmantelamiento de la antigua Zona del Canal (ocupada militarmente por EEUU hasta 1999) entre 1996 y 2006.

Los dos lotes tienen una extensión aproximada de 17 hectáreas cada una. Es decir, son más grandes que el Casco Viejo de la ciudad de Panamá e, incluso, que Punta Paitilla.  El anuncio del MEF dice que se trata de los polígonos PS01-06 y PS01-08. El primero tiene 167 mil metros cuadrados y el segundo 178 mil metros cuadrados. Los valores estimados son de $40.2 millones y de $42.0 millones, respectivamente.

El gobierno ha calificado el uso del suelo para ambos terrenos como “mixto centro urbano”. Es decir, el uso más denso. Se intentará construir un nuevo barrio como Punta Paitilla o una urbanización como Punta Pacífica. Son precisamente las tierras que en 1977, el general Torrijos aseguró que se le daría el uso más colectivo posible para beneficio del pueblo que luchó por su recuperación.

Haciendo un cálculo conservador, la corporación panameña o mixta (con capital extranjero) que compra el polígono o ambos puede hacer un negocio cercano a los 75 mil millones de dólares. Si compra el lote de 167 hectáreas por 40 millones de dólares y vende el metro cuadrado a un promedio de mil dólares puede embolsar 167 mil millones dólares. Suponiendo que sólo puede urbanizar la mitad del polígono (que no es probable conociendo la falta de criterio urbanístico y falta de planificación – corrupción - que caracteriza a los gobernantes panameños) se embolsaría aproximadamente 83 mil millones de dólares.

Tratándose de dos polígonos similares, se pueden multiplicar por dos las ganancias de los especuladores en posiciones privilegiadas (cercanos al Palacio). Otra posibilidad es que los terrenos una vez urbanizada el área de Altos de Batele se vendan a un precio promedio de 2 mil dólares el metro cuadrado. Las ganancias de una vez se duplican.

Las transacciones se están haciendo en un círculo selecto de empresarios que ocupan posiciones privilegiadas tanto en el gobierno, como en la oposición y también en la empresa privada. Son los mismos especuladores que ocupan las posiciones de mando en Panamá desde la construcción del Canal a principios del siglo XX. Son los mismos que en la década de 1990 dijeron que todas las transacciones de tierras “revertidas” se harían siguiendo las reglas del “mercado”. Es decir, entre un grupo selecto de empresarios, sin importar el desarrollo del país o el mejoramiento de la calidad de vida de la población.

Es el mismo grupo de especuladores que a mediados del siglo XX, cuando la juventud panameña arriesgaba sus vidas rechazando los atropellos de los militares norteamericanos, decían que la “Soberanía no se come”. Le han dado vuelta a la mesa y lo que logró el pueblo panameño con su sacrificio lo están aprovechando ellos. Han descubierto que la “Soberanía si se come” y en el caso de los especuladores están “hartando”. Nunca se imaginaron que el banquete sería tan opulento.

En momento alguno los gobernantes han pensado en como convertir estas áreas en lugares para el esparcimiento de la población panameña o para el desarrollo de proyectos urbanos con facilidades para centros científicos o culturales. No piensan que el siglo XXI es una oportunidad para todos los panameños y no sólo para los pocos que usurparán lo que es de la Nación para beneficio de unos pocos. No recogen los sueños de los patriotas que derramaron su sangre para que Panamá recuperara las tierras de la antigua Zona del Canal.

En el anuncio de la oficina de Bienes Revertidos, se le recuerda a los interesados que deben tener fianzas en orden y estar preparados para participar “el día de la Subasta Pública, en pujas y repujas, que se realizarán en el Salón de Actos Públicos del Edificio 1220, en Amador”. La instalación es una construcción enorme donde funcionó durante casi medio siglo el Comando Sur Naval de EEUU. Desde estas instalaciones, EEUU desarrolló su política militarista hacia América latina entre 1946 y 1999.

La lucha de por la soberanía nacional queda reducida a una puja y repuja, con los extorrijistas y antitorrijitas tomados de la mano y brindando en los adustos salones de la Armada norteamericana. El gobierno recomienda a los especuladores de la puja y repuja que “no esperen hasta el último día para inscribirse”.

Los panameños perdemos otra oportunidad para transformar nuestra soberanía en promotora de proyectos de desarrollo a escala nacional y proyección mundial: Nuevos puertos sobre ambos litorales, centros de investigación científica o proyectos de desarrollo agroindustrial se engavetan para beneficiar a unos pocos especuladores.

21 de febrero de 2013.

jueves, 14 de febrero de 2013

La pollera y la identidad panameña



Con motivo de los Carnavales, en los cuales casi todos los panameños se vieron envueltos hasta (ayer) miércoles de Ceniza, es oportuno analizar algunas de las tradiciones más celebradas en el país. Sin duda, las fiestas del rey Momo y sus comparsas encabezan la lista de nuestros pasatiempos. A lo largo de varios siglos – la era colonial y colombiana – esta actividad popular fue subordinada a las prácticas religiosas de la Iglesia católica. “La lucha del bien contra el mal”, los preparativos para la abstinencia previa a la Semana Mayor (Santa) y los desmanes de algunos díscolos le daban el sello a las festividades. Los Carnavales en Panamá comenzaron a tener un toque muy propio a principios del siglo XX cuando las fiestas se escaparon de las manos de la Iglesia. Todo indica que las familias acomodadas de la ciudad de Panamá comenzaron a darle una nueva organización a los Carnavales incorporando música (murgas), carrozas y reinas. Además, en las fiestas participaban otros sectores que se  sumaban al gran desfile creando una atmósfera biclasista y multiétnica.

Los Carnavales de Panamá conservan muchos ritos originales, pero evolucionaron en forma muy parecida a sus contrapartes en Nueva Orleans, Río de Janeiro, el sur de Alemania y el norte de Italia. De éstas se tomaron los elementos de los disfraces, las máscaras, los bailes, las carrozas, los instrumentos musicales de viento, entre otros. Los Carnavales panameños también incorporaron elementos populares propios como la reina, el tambor, los culecos y “la pollera” (traje popular panameño sin parangón).

Sobre esta vestimenta quiero detenerme por los múltiples debates que genera entre los panameños. Todo indica que en los primeros Carnavales, no sometidos a la autoridad eclesiástica, organizados en la ciudad de Panamá en 1910, apareció la pollera como vestimenta de la Reina en uno de los cuatro días de celebración. En la actualidad, hay decretos y leyes que señalan que la pollera es el traje nacional. Se le compara con los otros símbolos de la nacionalidad.

Hace cien años, sin embargo, la pollera era una vestimenta popular, muy propia de la mujer trabajadora, tanto del campo como de la ciudad. La belleza del traje – dentro de su humildad – atrajo la atención de las damas de la ciudad de “adentro” quienes lo adoptaron y adaptaron. El español, Abelardo Carrillo y Gariel, ¡nada menos que en 1625! decía que “hasta los negros y las esclavas atezadas tienen sus joyas y (no salen) sin su collar y sus pendientes con alguna piedra preciosa”. La cita la tomamos del libro publicado por la Editorial Universitaria en 1996 de Edgardo de León, profesor recién fallecido, Presencia y simbolismo del traje nacional de Panamá. El mismo autor cita a Matilde Obarrio de Mallet quien afirma que las familias coloniales acomodadas mandaban a sus “esclavas costureras donde Mononga a aprender”. El científico y folclorista Humberto Zárate diría que “las costumbres negras e hispanas” son los antecedentes  de donde “nacen las primeras costumbres que pudieran conceptuarse panameñas”.

En esta afirmación de Zárate encontramos un planeamiento que debe servir de punto de partida para cualquier estudio de lo panameño. Las costumbres de la Andalucía castellana y del Africa múltiple constituyen la base de quienes somos todos los panameños. Obviamente, esta afirmación no puede pasar por alto las relaciones de poder entre uno y otro. El español era el esclavizador y el africano el esclavo. Cuando decimos que ambos contribuyen a formar nuestra identidad no hay que olvidar ese detalle: la esclavitud. El español dominante, esclavista o patrón nunca ha querido dejar de ser dominante, incluso en el presente. Al mismo tiempo, el africano – esclavo, servidor u obrero – nunca ha dejado de luchar por su emancipación, por su libertad, por su realización como ser humano.

Cuando el español o el “criollo” se apropia de ciertas expresiones de la cultura popular lo despoja de su identidad emancipadora. Hace suyo algo que es del esclavo o del trabajador. Lo asimila a la cultura dominante. Convierte al dominado en un “invitado” en su propia casa. Así ocurrió con la pollera, vestimenta de la trabajadora o de la esclava, que en el siglo XX se convirtió en el elegante traje de la criolla panameña.

Recientemente se excluyó a la llamada pollera congo – muy popular en Portobelo y sus alrededores - del festival de las Mil Polleras celebrada en Las Tablas, orgulloso pueblo de la provincia de Los Santos. Con toda razón, grupos de defensa de los derechos de la identidad negra protestaron. Se olvidaron, sin embargo, recordarle a todos los panameños que la pollera – de gala, clásica o como se quiera denominar – también es una contribución de la cultura y costumbres negras que se desarrollaron en Panamá al calor de esas relaciones de dominación.

Los Carnavales y todas las expresiones culturales – especialmente las folclóricas - panameñas son producto de una larga historia popular que expresa esa lucha por la libertad. El hecho que los grupos dominantes se apropien de ellas no quiere decir que les pertenece. Al contrario, definen una correlación de fuerzas totalmente nueva en la lucha por la emancipación.

14 de febrero de 2013.


jueves, 7 de febrero de 2013

Crecimiento económico y educación

El país pasa por una coyuntura que recuerda la falsa prosperidad que generó la construcción del Canal de Panamá (1904-1914), o la segunda guerra mundial (1939-1945) e, incluso, la industrialización de la década de 1960. El PIB crece anualmente con dígitos dobles y se amplía el mercado de consumidores. Los gobiernos de turno celebran sus aparentes logros económicos, sin saber a qué se debe tanto crecimiento. Los gobernantes sólo logran entender que es una gran oportunidad para apropiarse de enormes riquezas si son capaces de organizar un sistema de despojo que funcione.
Para el fin de lograr la mayor apropiación posible, contratan especialistas extranjeros, pertenecientes a organizaciones particulares o intergubernamentales y reclutan a los especialistas nacionales más capaces (financistas, leguleyos y desarrollistas, entre otros). Estos actúan como “magos” que hacen aparecer y desaparecer miles de millones de dólares a diario. El financista se especializa en aceitar la maquinaria económica que le permite a los colocados en posiciones de poder movilizar fortunas de un lugar a otro. En otras palabras, de una cuenta pública a un bolsillo particular. Son especialistas en convertir todo inmueble – tierras nacionales, tierras comunales, playas, islas y cualquier otro – en capital móvil capaz de generar riquezas. (No importa que destruya la vida de muchas comunidades o la existencia de miles de familias). Igualmente, lucran de la especulación, a costilla del país.
Si las organizaciones gremiales y asociaciones civiles protestan contra los depredadores, los gobiernos proceden a descalificar a quienes defienden los intereses de la nación. En primera instancia son acusados de “enemigos del progreso”. A continuación son objeto de ataques por los medios de comunicación. Si no se pone fin a las protestas, el movimiento contestatario es acusado de “comunista” y reprimido violentamente. Últimamente, en las comarcas indígenas y en las áreas fronterizas las aspiraciones populares son identificadas como “narcoterroristas”.
Mientras que el financista hace malabarismos con los dineros públicos, el leguleyo - al servicio de los gobernantes - redacta leyes y decretos, al igual que reglamentos, que convierte la piedra en oro. Unos buenos ejemplos son la suspensión por parte de la Corte Suprema de la protección de los humedales, las compras multimillonarias de armas de guerra  o los decretos que autorizan la creación de rellenos, la construcción de embalses o la destrucción del sector agrícola.
Los desarrollistas, al servicio de los especuladores, no se quedan atrás, construyendo puentes sobre ríos que no existen o transformando túneles en cintas costeras. También construyen carreteras a 40 millones de dólares el kilómetro y barriadas sobre los lechos de los ríos.
Cuando los tres se ponen de acuerdo con los gobernantes, generan un decreto ejecutivo como el Nº920 (de octubre de 2012) que crea el sistema de Gestión de Centros Educativos de Formación Integral. El profesor Angel Garrido señala que la redacción del documento (preparado por especuladores como los mencionados más arriba) “tiende a infundir confianza”. Sin embargo, una lectura más detenida permite detectar términos vacíos como “excelencia educativa” y “escuelas de excelencia”. Los llamo vacíos porque en el texto no tienen referencia alguna. Sin embargo, en su aplicación tendrán un sentido ajeno a lo que el sentido común apunta.
Por excelencia educativa, señala Garrido, hay que entender que se eliminará “la visión integral de la formación del estudiante”. A su vez, “se privilegia el enfoque economicista y el reduccionismo del pénsum”. En términos más sencillos, por un lado, sólo se incluirán en las escuelas materias que le enseñen al joven panameño que sea un buen trabajador. Por el otro, no se darán materias que le enseñen a pensar: filosofía, historia y cívica, entre otros.
Garrido concluye que el nuevo decreto degrada “la concepción de la educación para beneficiar a un grupo muy limitado de personas”. La idea de crear “escuelas de excelencia” también es objeto de análisis. Esta iniciativa “obedece a la necesidad que el mercado expansivo tiene de obtener individuos que respondan mejor a las necesidades de acumulación de capital”.
Según Garrido, “la empresa privada, que demanda el personal calificado, no quiere invertir en educación popular para llenar las falencias y vacíos del modelo educativo actual. Apremiada y necesitada de gente capacitada, ha confiado al Estado, tras décadas de privatización educativa de la que se ha beneficiado, su salvación para garantizar el recurso humano necesario a su expansión.  Luego, con el dinero y recursos del pueblo, y con la enorme deuda que acarrea, se apresta a crear escuelas en condiciones de llenar la demanda que la expansión capitalista requiere.  Así, pues, este modelo educativo – la llamada “excelencia educativa” - no solamente tiende a ampliar, sino a solidificar las diferencias de clases sociales”. El modelo, además, confeccionado a la medida de la gran empresa no le cuesta.
No se puede predecir lo que ocurrirá cuando se desinfle, en un futuro próximo, la burbuja especuladora actual. El país regresará a las políticas de desarrollo y se buscarán otros modelos de educación. Dependerá de la nueva correlación de fuerzas sociales si se podrá adoptar un “modelo” de educación integral con educadores bien remunerados para servirle al país y a los panameños.
Panamá, 7 de febrero de 2013.