Con motivo de los Carnavales, en los cuales
casi todos los panameños se vieron envueltos hasta (ayer) miércoles de Ceniza,
es oportuno analizar algunas de las tradiciones más celebradas en el país. Sin
duda, las fiestas del rey Momo y sus comparsas encabezan la lista de nuestros
pasatiempos. A lo largo de varios siglos – la era colonial y colombiana – esta
actividad popular fue subordinada a las prácticas religiosas de la Iglesia católica. “La
lucha del bien contra el mal”, los preparativos para la abstinencia previa a la Semana Mayor (Santa)
y los desmanes de algunos díscolos le daban el sello a las festividades. Los
Carnavales en Panamá comenzaron a tener un toque muy propio a principios del
siglo XX cuando las fiestas se escaparon de las manos de la Iglesia. Todo indica
que las familias acomodadas de la ciudad de Panamá comenzaron a darle una nueva
organización a los Carnavales incorporando música (murgas), carrozas y reinas.
Además, en las fiestas participaban otros sectores que se sumaban al gran desfile creando una atmósfera
biclasista y multiétnica.
Los Carnavales de Panamá conservan muchos
ritos originales, pero evolucionaron en forma muy parecida a sus contrapartes en Nueva Orleans, Río de Janeiro, el
sur de Alemania y el norte de Italia. De éstas se tomaron los elementos de los
disfraces, las máscaras, los bailes, las carrozas, los instrumentos musicales
de viento, entre otros. Los Carnavales panameños también incorporaron elementos
populares propios como la reina, el tambor, los culecos y “la pollera” (traje
popular panameño sin parangón).
Sobre esta vestimenta quiero detenerme por los
múltiples debates que genera entre los panameños. Todo indica que en los
primeros Carnavales, no sometidos a la autoridad eclesiástica, organizados en
la ciudad de Panamá en 1910, apareció la pollera como vestimenta de la Reina en uno de los cuatro
días de celebración. En la actualidad, hay decretos y leyes que señalan que la
pollera es el traje nacional. Se le compara con los otros símbolos de la
nacionalidad.
Hace cien años, sin embargo, la pollera era
una vestimenta popular, muy propia de la mujer trabajadora, tanto del campo
como de la ciudad. La belleza del traje – dentro de su humildad – atrajo la
atención de las damas de la ciudad de “adentro” quienes lo adoptaron y
adaptaron. El español, Abelardo Carrillo y Gariel, ¡nada menos que en 1625!
decía que “hasta los negros y las esclavas atezadas tienen sus joyas y (no
salen) sin su collar y sus pendientes con alguna piedra preciosa”. La cita la
tomamos del libro publicado por la Editorial Universitaria
en 1996 de Edgardo de León, profesor recién fallecido, Presencia y simbolismo del traje nacional de Panamá. El mismo autor
cita a Matilde Obarrio de Mallet quien afirma que las familias coloniales
acomodadas mandaban a sus “esclavas costureras donde Mononga a aprender”. El
científico y folclorista Humberto Zárate diría que “las costumbres negras e
hispanas” son los antecedentes de donde
“nacen las primeras costumbres que pudieran conceptuarse panameñas”.
En esta afirmación de Zárate encontramos un
planeamiento que debe servir de punto de partida para cualquier estudio de lo
panameño. Las costumbres de la
Andalucía castellana y del Africa múltiple constituyen la
base de quienes somos todos los panameños. Obviamente, esta afirmación no puede
pasar por alto las relaciones de poder entre uno y otro. El español era el
esclavizador y el africano el esclavo. Cuando decimos que ambos contribuyen a
formar nuestra identidad no hay que olvidar ese detalle: la esclavitud. El
español dominante, esclavista o patrón nunca ha querido dejar de ser dominante,
incluso en el presente. Al mismo tiempo, el africano – esclavo, servidor u
obrero – nunca ha dejado de luchar por su emancipación, por su libertad, por su
realización como ser humano.
Cuando el español o el “criollo” se apropia de
ciertas expresiones de la cultura popular lo despoja de su identidad
emancipadora. Hace suyo algo que es del esclavo o del trabajador. Lo asimila a
la cultura dominante. Convierte al dominado en un “invitado” en su propia casa.
Así ocurrió con la pollera, vestimenta de la trabajadora o de la esclava, que
en el siglo XX se convirtió en el elegante traje de la criolla panameña.
Recientemente se excluyó a la llamada pollera
congo – muy popular en Portobelo y sus alrededores - del festival de las Mil
Polleras celebrada en Las Tablas, orgulloso pueblo de la provincia de Los
Santos. Con toda razón, grupos de defensa de los derechos de la identidad negra
protestaron. Se olvidaron, sin embargo, recordarle a todos los panameños que la
pollera – de gala, clásica o como se quiera denominar – también es una
contribución de la cultura y costumbres negras que se desarrollaron en Panamá
al calor de esas relaciones de dominación.
Los Carnavales y todas las expresiones
culturales – especialmente las folclóricas - panameñas son producto de una
larga historia popular que expresa esa lucha por la libertad. El hecho que los
grupos dominantes se apropien de ellas no quiere decir que les pertenece. Al
contrario, definen una correlación de fuerzas totalmente nueva en la lucha por
la emancipación.
14 de febrero de
2013.
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