El país pasa por una coyuntura que recuerda la falsa prosperidad que generó la construcción del Canal de Panamá (1904-1914), o la segunda guerra mundial (1939-1945) e, incluso, la industrialización de la década de 1960. El PIB crece anualmente con dígitos dobles y se amplía el mercado de consumidores. Los gobiernos de turno celebran sus aparentes logros económicos, sin saber a qué se debe tanto crecimiento. Los gobernantes sólo logran entender que es una gran oportunidad para apropiarse de enormes riquezas si son capaces de organizar un sistema de despojo que funcione.
Para el fin de lograr la mayor apropiación posible, contratan especialistas extranjeros, pertenecientes a organizaciones particulares o intergubernamentales y reclutan a los especialistas nacionales más capaces (financistas, leguleyos y desarrollistas, entre otros). Estos actúan como “magos” que hacen aparecer y desaparecer miles de millones de dólares a diario. El financista se especializa en aceitar la maquinaria económica que le permite a los colocados en posiciones de poder movilizar fortunas de un lugar a otro. En otras palabras, de una cuenta pública a un bolsillo particular. Son especialistas en convertir todo inmueble – tierras nacionales, tierras comunales, playas, islas y cualquier otro – en capital móvil capaz de generar riquezas. (No importa que destruya la vida de muchas comunidades o la existencia de miles de familias). Igualmente, lucran de la especulación, a costilla del país.
Si las organizaciones gremiales y asociaciones civiles protestan contra los depredadores, los gobiernos proceden a descalificar a quienes defienden los intereses de la nación. En primera instancia son acusados de “enemigos del progreso”. A continuación son objeto de ataques por los medios de comunicación. Si no se pone fin a las protestas, el movimiento contestatario es acusado de “comunista” y reprimido violentamente. Últimamente, en las comarcas indígenas y en las áreas fronterizas las aspiraciones populares son identificadas como “narcoterroristas”.
Mientras que el financista hace malabarismos con los dineros públicos, el leguleyo - al servicio de los gobernantes - redacta leyes y decretos, al igual que reglamentos, que convierte la piedra en oro. Unos buenos ejemplos son la suspensión por parte de la Corte Suprema de la protección de los humedales, las compras multimillonarias de armas de guerra o los decretos que autorizan la creación de rellenos, la construcción de embalses o la destrucción del sector agrícola.
Los desarrollistas, al servicio de los especuladores, no se quedan atrás, construyendo puentes sobre ríos que no existen o transformando túneles en cintas costeras. También construyen carreteras a 40 millones de dólares el kilómetro y barriadas sobre los lechos de los ríos.
Cuando los tres se ponen de acuerdo con los gobernantes, generan un decreto ejecutivo como el Nº920 (de octubre de 2012) que crea el sistema de Gestión de Centros Educativos de Formación Integral. El profesor Angel Garrido señala que la redacción del documento (preparado por especuladores como los mencionados más arriba) “tiende a infundir confianza”. Sin embargo, una lectura más detenida permite detectar términos vacíos como “excelencia educativa” y “escuelas de excelencia”. Los llamo vacíos porque en el texto no tienen referencia alguna. Sin embargo, en su aplicación tendrán un sentido ajeno a lo que el sentido común apunta.
Por excelencia educativa, señala Garrido, hay que entender que se eliminará “la visión integral de la formación del estudiante”. A su vez, “se privilegia el enfoque economicista y el reduccionismo del pénsum”. En términos más sencillos, por un lado, sólo se incluirán en las escuelas materias que le enseñen al joven panameño que sea un buen trabajador. Por el otro, no se darán materias que le enseñen a pensar: filosofía, historia y cívica, entre otros.
Garrido concluye que el nuevo decreto degrada “la concepción de la educación para beneficiar a un grupo muy limitado de personas”. La idea de crear “escuelas de excelencia” también es objeto de análisis. Esta iniciativa “obedece a la necesidad que el mercado expansivo tiene de obtener individuos que respondan mejor a las necesidades de acumulación de capital”.
Según Garrido, “la empresa privada, que demanda el personal calificado, no quiere invertir en educación popular para llenar las falencias y vacíos del modelo educativo actual. Apremiada y necesitada de gente capacitada, ha confiado al Estado, tras décadas de privatización educativa de la que se ha beneficiado, su salvación para garantizar el recurso humano necesario a su expansión. Luego, con el dinero y recursos del pueblo, y con la enorme deuda que acarrea, se apresta a crear escuelas en condiciones de llenar la demanda que la expansión capitalista requiere. Así, pues, este modelo educativo – la llamada “excelencia educativa” - no solamente tiende a ampliar, sino a solidificar las diferencias de clases sociales”. El modelo, además, confeccionado a la medida de la gran empresa no le cuesta.
No se puede predecir lo que ocurrirá cuando se desinfle, en un futuro próximo, la burbuja especuladora actual. El país regresará a las políticas de desarrollo y se buscarán otros modelos de educación. Dependerá de la nueva correlación de fuerzas sociales si se podrá adoptar un “modelo” de educación integral con educadores bien remunerados para servirle al país y a los panameños.
Panamá, 7 de febrero de 2013.
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